
Cuando exigíamos que la gente nos protegiera y nos cuidara, como si fuéramos niños, o insistíamos que el mundo nos debía algo los resultados eran desastrosos.
Nuestros seres más queridos se alejaban de nosotros o nos abandonaban completamente. Nuestra desilusión era difícil de aguantar.
No pudimos ver que a pesar de ser mayores de edad aun seguíamos comportándonos de una manera infantil, tratando de convertir a todo el mundo, amigos, esposas, maridos, incluso al mismo mundo, en padres protectores. Nos habíamos negado a aprender la dura lección de que una dependencia excesiva de otra gente no funciona, porque todas las personas son falibles, e incluso las mejores a veces nos decepcionan, especialmente cuando las exigencias que le imponemos son poco razonables.
Estamos ahora basándonos en algo diferente, nos basamos y confiamos en Dios.
Confiamos en Dios infinito en vez de nuestros egos limitados. Justamente hasta el punto en que obramos como creemos que Él lo desea y humildemente confiamos en El, así Él nos capacita para enfrentarnos con serenidad ante las calamidades.